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UNA MEXICANA EN SUIZA

  • Jul 22, 2018
  • 5 min read

Updated: Dec 2, 2018

Cuando emigras, no pierdes tu identidad, sino que amplificas tu experiencia y se agranda tu corazón con nuevos matices, perspectivas, aromas y sensaciones.



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Hola, soy Marisela y quiero contar mi experiencia como mexicana viviendo en el extranjero. Aunque existen muchas causas por las que una persona emigra de su país de origen, en nuestro caso, un desastre natural fue quien dio impulso a nuestro movimiento geográfico.


"A veces, las pérdidas en realidad son nuevas puertas hacia la abundancia".

En el 2006 mi esposo Matías, mi hija Bárbara de 4 meses y yo, salimos huyendo del Wilma, uno de los huracanes más desastrosos (aparte del Gilberto) que se han conocido hasta ahora, en la historia de Cancún, Quintana Roo. En ese entonces, estábamos recién formando nuestra pequeña familia, teníamos nuestra casa nueva, a la cual habíamos comenzado a decorar con nuestra esencia; un bebé en camino, trabajo estable, amistades y familia amorosos, proyectos de vida en marcha… En fin, sentimos que lo teníamos todo, una vida armoniosa en un lugar paradisiaco; hasta que la vida misma nos puso a prueba y nos sacó de golpe de nuestra zona de confort.


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Cancún, Huracán Wilma, Oct 22, 2005

Después de ver el desastre que Wilma había ocasionado, sobre todo en el área laboral de mi esposo, decidimos tomar una decisión que cambió por completo nuestras vidas: Emigrar a tierras lejanas. Fue en ese momento que caímos en cuenta de que se nos estaba abriendo un portal que sabíamos que existía, pero que nunca pensamos que llegaríamos a explorarlo (al menos no de esa manera). El portal que se nos presentó era "Suiza".


Y es que, aunque Matías tiene en sus venas sangre suiza y alemana, su corazón y su alma son latinos. Nació en Argentina y en su historia de vida, México siempre ha estado presente como su segunda casa. Yo nací en México, y aunque ya había viajado en algunas ocasiones a otros países y continentes (incluyendo Europa) jamás imaginé que algún día me encontraría viviendo en el viejo continente.


"Lo que llevo conmigo: una valija llena de imágenes y emociones".

En fin, cuando el huracán decidió alejarse, el desastre que vimos a nuestro alrededor fue muy desalentador. Así que esperamos a que nuestra hija naciera, llenamos nuestras valijas con algunas de nuestras cosas mas necesarias y en nuestro corazón, nos trajimos algo muy valioso: nuestra familia, amigos cercanos, el bello sonido del mar, la calidez en nuestros pies al pisar la suave arena, el saludo de las gaviotas al amanecer, la presencia y la despedida del sol en Tulum. Los delfines, los cangrejos y las tortugas. El rugido lejano de los jaguares desde lo alto de la pirámide de Coba, la laguna de los 7 colores en Bacalar (nuestro rincón mágico).


Trajimos el recuerdo en nuestro paladar de los mangos, las pitayas, los cocos, la papaya, los nopales, el mamey, las guanábanas, las tunas, las jícamas, el chile, el mole, el cacao, el tequila, el mezcal… alimentos que la tierra allá nos regalaba y que aquí (en Suiza y Francia), se encuentran raramente en algún supermercado dentro del área de “exóticos” a precios desorbitantes. Vinieron con nosotros el arte cosmogónico de nuestros maestros artesanos, en el que a través de el, nos transmiten de una forma mágica, la información de nuestros ancestros. Los colores vivos de los huipiles (vestidos) yucatecos, de los rebozos, de los plumajes en las aves como el tucán, el quetzal y el loro.


Destinos México Por Dulce Fabiola Vega	25 de octubre de 2017
Bordados indígenas de México. Arte Huichol Nayarit

Trajimos con nosotros las risas, las casas abiertas a los amigos, sin importar la hora; los diseños en los bordados que adornan los manteles de una mesa siempre puesta, y que trae consigo la frase presente: “En donde come uno, comen dos, o tres… o los que lleguen”. Nos trajimos los abrazos efusivos y reconfortantes, las tardes con los amigos, que casi siempre se volvían noches, tratando de arreglar el mundo. Y como esto, trajimos muchas cosas; algunas de ellas, se han quedado guardadas en nuestra alma, otras se han ido fusionando con esta nueva tierra.


Los regalos que encontré, conviven en armonía para crear mi nueva-yo.

Aquí (en Francia y Suiza), también encontramos nuevas costumbres, nuevos olores y estamos creando nuevos recuerdos. Quizás ahora ya no tenemos el sonido del mar, ni el calor de la arena en nuestros pies, pero en su lugar encontramos la suavidad de la hierba y del musgo al caminar en las verdes colinas, en el bosque frondoso lleno de helechos. El sol no lo vemos mas reflejarse en el mar, sin embargo ahora disfrutamos ver como pinta de ocre los inmensos Alpes Suizos. El sonido de las gaviotas y de los pelicanos, ahora se ha fusionado con el de los pájaros cucú, de los búhos, los pájaros carpinteros, los cuervos en el bosque y las ranas en los estanques. Aquí no vemos los colores del tucán, pero admiramos el blanco e inmaculado plumaje del cisne. Ya no vienen mas a nuestra puerta las iguanas ni los tlacuaches, como en Cancún, pero ahora nos visitan en nuestro jardín los erizos y los zorros; y al salir, los jabalíes y los venados hacen su aparición.


Nuestra vista ha sustituido las casas con sus muros y sus puertas coloridas, que adoran las calles de México, por los chalets rústicos de madera decorados con macetas llenas de flores de intensos tonos. Ahora esta tierra nos regala el olor y el sabor de las castañas tostadas que llenan de aroma las calles de Suiza en cuanto el invierno asoma. A nuestro paladar se han agregado el sabor de las inmensas variedades de quesos y de nuestro cacao ya transformado en múltiples presentaciones de chocolate. Nuestro cuerpo se llena de calor con las especias del vino caliente, y del “pain d’epice”


"Los artesanos del mundo están conectados por el amor a la naturaleza y la vocación por representarla".

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LUZERNER FASNACHT


Hoy en día, nuestros ojos admiran la belleza del arte suizo, plasmado en las artesanías como las esculturas de madera tallada en Brienz, los majestuosos techos realizados con ripias (finas tablitas de madera), las pinturas “Poya”, que son pinturas representativas de la vida y fiestas alpinas, en el que aparecen dibujos de campesinos con su ganado ataviado de coronas de flores (este decorado adorna los muros y fachadas de muchas casas), la pintura y el tallado de muebles de las regiones de Appenzell y Toggenburg, la cerámica campesina de Berna, el papel picado que en su mayoría representa la fabricación del queso o la subida de las vacas y del rebaño a los pastos alpinos, las mascaras grotescas en lucerna, y el bordado en los trajes típicos, entre otros. Ahora, además del sonido del huapango, de los mariachis y de los instrumentos prehispánicos, tenemos la oportunidad de encontrarnos con nuevos sonidos, como aquellos que emergen del cuerno alpino y que servía en sus inicios para que el pastor llamara a las vacas. Este largo instrumento tallado en madera, es un hermoso medio de comunicación entre el hombre y el animal. También durante ese tiempo, llegó Lucas, nuestro segundo hijo, que al nacer en Ginebra, reforzó aún más esa fusión cultural de mar y tierra, de color y textura, sabor y aroma, amor y sueños, calor y canto. Así, día con día, nuestro corazón se llena de nuevos matices, con los que vamos creando un collage gigante en nuestro andar por esta tierra, la que nos ha sido prestada para cuidarla, y a la que esperamos seguir decorando y honrando con nuevas vivencias.



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