DESDE LOS BOSQUES FRANCESES HASTA LAS TIERRAS MEXICAS
- Sep 9, 2018
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Updated: Dec 2, 2018

Es finales de agosto y no hay muchas moras silvestres este año en estos bosques franceses, que siempre habían dado las cantidades suficientes para satisfacer mi glotonería anual. -¿Qué sucede esta vez?, he recorrido grandes distancias para lograr una magra cantidad.
Me senté agotada a los pies de un gran árbol y con las ramas a mi alrededor encendí una pequeña hoguera que calentase este fin de verano. Miré una de las flamas elevarse al cielo y a través de ella vi cómo del camino un hombre anciano se acercaba, me saludó y pidió permiso para sentarse a mi lado. No había desconfianza en sus palabras ni sus gestos, al contrario su presencia me tranquilizaba pues la oscuridad era cada vez mayor.

Sentado en cuclillas frente a mi, sus manos reposando en las rodillas, la izquierda cerrada en un puño y la derecha abierta frente a mi, tranquilamente me explicó: -Desde el principio de los tiempos del hombre estas manos representan “La creación destructiva” del fuego-.
De la fogata surgieron entonces flamas en rojo, verde, amarillo y blanco que se colocaron en cada uno de los cuatro puntos cardinales, el viejo continuó:
-Esto que ves es como al principio, cuando no había nada, del fuego surgieron estos cuatro lugares, simbolizando los cuatro elementos fundamentales para la humanidad (tierra, agua, aire y fuego), pero el fuego es el único elemento que el hombre puede producir, el único que lo equipara a las divinidades en un proceso creativo. Con él, el hombre aprendió a calentarse y comer de otra manera, a alejar a las fieras y alumbrar la oscuridad, esta es mi mano abierta. Pero de la misma manera, él devora y consume arrasando a su paso, llevando de nuevo a la oscuridad como mi mano izquierda cerrada-.
-Tus ancestros mexicanos me dieron varios nombres: Huehetéotl, Xiuhtecuthtli-Ixcozauhqui, Cuetzaltin y me concedieron el poder de guardar el equilibrio del universo, de mantener la mesura de los contrarios en la naturaleza. Así cada cincuenta y dos años, yo presidía las celebraciones de esta fuerza generadora de destrucción y creación de un mundo nuevo-.
Tuve dos fiestas al año: una que llamaron el Izcalli (en lo que hoy sería finales de enero y principios de febrero), donde ponían una hermosa mascara de turquesa a mi imagen, se preparaban unos deliciosos tamales que daban de comer a los muchachos, se apretaban las sienes de los niños y se levantaban para que crecieran. Y la otra, es la que vives hoy, el Xócotl-huetzi (finales de agosto) la fiesta de la recolección y muerte ritual de las plantas. Ahora mira hacia arriba del árbol que escogiste para sentarte.-.
Al voltear, miré en la punta del árbol una figura pequeña de este mismo viejo sentado y sin pensarlo dos veces comencé a subir intentando alcanzarla, al mismo tiempo, del bosque surgieron varios jóvenes que comenzaron a subir y luchar conmigo en el mismo intento.
Luché con todas mis fuerzas y al extender mi mano para atraparla, me zafe del tronco y caí al suelo estrepitosamente sin lograr mi objetivo.
Al abrir los ojos no había nada, sólo la fogata que había encendido; la estatuilla, el viejo y los jóvenes habían desaparecido. Me di cuenta que me había quedado dormida frente al fuego y recordé una máxima que había leído: “cuando un individuo se aproxima en sueños a un gran fuego, si concentra su mirada en una flama que se eleva al cielo, se encuentra entonces muy próximo de las fuerzas divinas”.
Así hoy gracias al fuego, tuve la fortuna de conocer la palabra de Huehuetéotl, a miles de kilómetros de distancia de su templo en Cuicuilco o Teotihuacán, pero en pleno corazón de su poder creador-destructor, hoy me mostró cómo la naturaleza termina su ciclo y tal vez tenga la fortuna de escuchar otro de sus relatos en Izcalli cuando llegue el tiempo de renacer.








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